Peugeot era una marca prácticamente desconocida en España. Algo similar a lo que significa tener ahora un Tata o un Isuzu. En los años cincuenta y sesenta su presencia en la Península era casi anecdótica, y quienes tenían un Peugeot solían ser personas que querían un coche diferente a los que cotidianamente solían verse por las calles, arriesgándose a un casi inexistente servicio técnico y de mantenimiento. De hecho, solían llevar sus coches a los talleres genéricos, o a las representaciones de Renault, SIMCA o incluso Citroen. No es casualidad por tanto que en los setenta Peugeot llegase a compartir mecánicas con Renault.
En Francia era diferente; Peugeot era realmente popular en Francia y, junto con Citroen y Renault, lideraba el mercado de automóviles francés. Tal es así que acabó comprándole a Michelin su marca de coches, es decir, Citroen.